Ser
madre es muchísimo más que tener un bebé. Para criar un niño y realizar
todo el trabajo que ello implica hay que ser una madre de verdad. Es
una labor que exige plena dedicación. La maternidad es lisa y llanamente
trabajo arduo. Sin embargo, nunca se aprecia a las mamás como se debe.
Quienes nunca se han puesto en su pellejo simplemente no se dan cuenta
del trabajo que cuesta. Exige gran fe y, como se dice, arrimar el
hombro. Aun con las comodidades de la vida moderna, que alivian mucho
el trabajo de llevar un hogar, criar niños es una tarea de jornada
completa.
La labor de una madre exige la fuerza de Sansón,
la sabiduría de Salomón, la paciencia de Job, la fe de Abraham, la
perspicacia de Daniel, y el valor y la habilidad administrativa del rey
David. David era un luchador, y para ser madre hay que tener espíritu de
lucha. Por si fuera poco, también se necesita el amor de Dios, de eso
no cabe duda.
El trabajo de una madre es prácticamente el
más importante del mundo. Las madres de la próxima generación labran el
futuro. El mundo del mañana lo modelan las madres de hoy, según la
educación que brinden a sus hijos.
Los niños nos llevan a
tomarnos las cosas en serio y nos estimulan a conducirnos bien y a hacer
el bien, a darles buen ejemplo y a instruirlos en el camino en que
deben andar. Nos damos cuenta de la gran responsabilidad de tener la
vida de un niñito en nuestras manos y del hecho de que se va a convertir
en lo que nosotros hagamos de él. Por eso es posible que la última y
mayor influencia que recibamos en la vida provenga de nuestros hijos.
Los
psicólogos dicen que los niños aprenden más en los cinco primeros años
de vida que en todo el resto. Esos primeros años son, pues,
importantísimos. No podemos esperar hasta que hayan cumplido esa edad
para iniciar nuestra labor educadora. Todos y cada uno de los días que
van pasando son importantes. Los padres no solo tenemos la obligación de
velar por que nuestros hijos coman y duerman bien, gocen de buena
salud, tengan ropa y estén protegidos, sino también por que reciban
formación y enseñanza, estímulo mental e inspiración espiritual.
Vuelvo a insistir en lo importantes que son los niños para el futuro, y
en lo primordial que es la labor de una madre. Dios bendice a toda
madre que se entregue por entero a esos preciosos obsequios que Él le ha
dado por la eternidad: sus hijos. Es más, sin duda la bendice a diario
por medios que los demás ni siquiera pueden imaginarse.
Instruye al niño en el camino correcto y aun en su vejez no lo
abandonará (Proverbios 22:6). Cuando hayan crecido, tus hijos se
sentirán agradecidos de haber tenido una madre de verdad.
Daniel y yo vivimos con nuestros cuatro hijos en el décimo tercer piso de un edificio en la ciudad de Taichung, en Taiwán. Huelga decir que el ascensor forma parte de nuestra vida cotidiana.
Había sido un típico día ajetreado. Había dedicado la mayor parte de mi tiempo y energías a entretener a los niños, darles de comer y evitar riñas entre ellos. Habíamos salido todos juntos —ni siquiera recuerdo para qué— y ya regresábamos a casa. Entramos al ascensor vacío, y uno de los niños apretó el botón. Se encendió el número 13 en el panel, y las puertas se cerraron.
—Niños, mamá y yo tenemos un importante anuncio — declaró mi marido en un tono que captó enseguida la atención de todos.
Yo no tenía ni idea de lo que iba a decir. Daniel es una persona espontánea. Siempre saca sorpresas de la manga, y nunca se sabe qué esperar de él. Por impulso, decidí enseguida acoplarme a su iniciativa y puse mi brazo en el suyo para agregar autoridad a lo que fuera a decir.
—Mamá y yo queremos que sepan que al cabo de catorce años de matrimonio todavía estamos total y absolutamente enamorados. Entonces se volvió hacia mí y me besó como novio en ceremonia nupcial.
Aquel gesto me tomó completamente desprevenida.
Los niños se rieron un poco y luego preguntaron: —Y ¿por qué ese anuncio es tan importante?
Daniel respondió que con tantos conflictos matrimoniales y tantos divorcios como hay hoy en día en el mundo, los niños necesitan saber que sus padres se aman. En ese momento miró a nuestro hijo a los ojos y le dijo: —El día de mañana, cuando te cases, debes tratar bien a tu mujer.
El timbre anunció el arribo al piso trece, y se abrieron las puertas del ascensor. Cuando entramos al departamento, los niños seguían chachareando y riéndose. Daniel y yo nos retiramos a nuestra habitación para disfrutar de unos momentos íntimos.
En los 36 segundos transcurridos entre la planta baja y el piso 13, Daniel nos unió como familia, nos hizo sonreír, le pasó a nuestro hijo una enseñanza para toda la vida e hizo que yo me sintiera de maravilla de pies a cabeza.
Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.